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Fuego en Argentina: incendios en el delta del Paraná son amenaza para la vida
November 22, 2020 By Paulo Rosas
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El domingo, 23 de agosto, alrededor de las 3 p.m., el fuego llegó a la casa de Fabián Ros, 53. Hasta ese día, él y su esposa, Viviana, habían visto varios incendios y columnas de humo a varios kilómetros de su casa, una cabaña en la isla La Deseada –una de las miles que conforma el delta del río Paraná. Pero ese día, finalmente, el fuego tocaba su puerta.
Una laguna situada 500 metros al este de su cabaña, seca por la sequía histórica que azota al Paraná este año, sirvió como un canal para el avance de los incendios más alejados. “La laguna era un mar de paja y ramas secas: era dinamita”, recuerda Fabián.
No estaban solos. Horas antes habían alertado sobre la situación a sus hijos, que viven en Rosario –la ciudad que se ubica justo en frente de su isla–, y a otros vecinos isleños de la zona y voluntarios. Entre todos, empezaron a improvisar acciones para impedir el avance del fuego, que se acercaba cada vez más.
En medio de la emergencia, llegaron dos brigadistas del Servicio Nacional de Manejo del Fuego y un vecino más, también experto en incendios. Eso tranquilizó a Fabián. Por fin, gente con una mejor estrategia. Ellos les dijeron al resto que había que cercar el paso del fuego. Pararlo era imposible, pero podían desviarlo. Podían montar un cortafuego que le impidiera avanzar hacia la casa.
El fuego llegaba por dos flancos: norte y este. Las llamas del norte avanzaban con más velocidad. El plan era cercar su paso, creando un perímetro de 10 metros alrededor de la casa y apagando el fuego con todo lo disponible. Empezaron. Usaron grandes cantidades de agua, pero también sierras y machetes para deshacer las ramas y troncos secos que podrían permitir el avance del fuego. Lo lograron. Pero a los pocos minutos, el fuego se encontró con el flanco este. Chocaron. “Ahí se vino todo, se prendieron las copas de los árboles. Pero no avanzó por abajo y no llegó a la casa”.
A 10 metros, personas mojaban la casa con mangueras. Desde una ventana, Viviana aventaba baldes de agua al techo. Tenían que mantener la casa húmeda para evitar que hojas de los árboles en llamas hicieran contacto y terminen encendiendo todo. “En el momento más crítico, un brigadista solo se dedicaba a dar vueltas alrededor de la casa, mirando detenidamente para detectar alguna señal de humo”.
A las 6 p.m., lo peor había pasado. El fuego rodeó toda la casa y el viento ayudó a desviarlo hacia el lado contrario. Siguió su curso hacia la carretera que conecta las ciudades de Rosario y Victoria. Las peores tres horas de la vida de Fabián habían pasado.
El escenario del fuego
El delta del Paraná ocupa un área mayor a 19.000 km2, repartida entre las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y, mayoritariamente, Entre Ríos. En estas islas existe una enorme variedad de humedales, ecosistemas en los que habitan más de 700 especies de plantas y una diversidad de fauna que incluye más de 650 especies de animales, sin contar una enorme cantidad de invertebrados.
Así como Fabián, miles de personas habitan distintas zonas del delta del Paraná. La mayoría es de bajos ingresos económicos y se dedica a actividades como la pesca artesanal, la caza y la pequeña agricultura. Hay también quienes viven y trabajan como puesteros, una especie de cuidadores de las cabezas de ganado de empresarios.
Pero en 2020, esta realidad se vio afectada por los fuegos. Aunque estos no son totalmente ajenos a las islas. El guardaparques Rogelio Antúnez cuenta que siempre hubo quemas periódicas tradicionales, realizadas por ganaderos para renovar forraje durante el invierno. También advierte que hay fuegos accidentales, generados por descuidos de turistas o los mismos isleños. Lo normal siempre fue que estos fuegos encontraban su fin en los cortafuegos naturales: los brazos del río, los riachos y las lagunas. Sin embargo, este año nadie contó con una sequía histórica y una bajante del río sin precedentes en 50 años.
“Eso hizo que todos los cortafuegos se sequen, creando una continuidad de pastizales. Entonces, la gente quema como siempre, pero esa quema pequeña se convierte en un gran incendio forestal, trasladándose a lugares que nadie quema nunca”, explica Antúnez, quien ya ha peleado numerosas veces contra el fuego junto a brigadistas y los propios isleños.
“Cuando hay casas, la situación se complica y tenemos que ir a defenderlas. Hay lugares en los que el fuego se hace muy grande y se quema una casa, ahí buscamos salvar las otras”, se lamenta. Sin embargo, es optimista porque afirma que esta coyuntura ha acercado a su institución, la Administración de Parques Nacionales, a la población de las islas.
Y es que historias como las de Fabián se han repetido muchísimas veces este año, pero la inexactitud de las veces se debe a que no se sabe cuánta gente vive en las islas del delta. Es decir, no se sabe cuántas personas y familias recibieron ayuda, pelearon solas o sucumbieron ante las llamas.
Así, para Eduardo Spiaggi, doctor en agroecología e investigador de la Universidad Nacional de Rosario, los incendios “han puesto de manifiesto la desidia del Estado y la falta de políticas públicas hacia el sector”. Él y su equipo trabajan en el delta desde 2007, y es testigo del poco incentivo que propicia el Estado para que los isleños se queden. “El poblador local tendría que ser el primer garante del cuidado de ese ambiente, más que un guardaparques o un técnico. El trabajo conjunto necesario será muy difícil sin isleños”, estima.
En suma, hasta el 17 de octubre, de acuerdo a información del software Fire Information for Resource Management System (FIRMS) de la NASA, fueron detectados alrededor de 36,000 focos de calor en el delta del Paraná, cada foco de calor equivale a 375 m2. Para Natalia Morandeira, doctora en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires e investigadora experta en el delta, permite calcular el área afectada por el fuego: más de 350,000 hectáreas, equivalente a 3,500km2. De estos, el 84 por ciento de los fuegos se dieron en islas de Entre Ríos.
Morandeira coincide con Spiaggi en que los pobladores de las islas son las principales víctimas del fuego, sobre todo por estar “totalmente desprotegidos” por parte del Estado. “No hay acceso a la salud ni escuelas públicas. Creo que debería ser una de las prioridades en el futuro hacer un relevamiento de la población isleña, porque si no, terminarán dependiendo de las decisiones de quienes poseen la tenencia de la tierra”, remarca.
Quemas con otros fines
En esa línea, la investigadora denunció que en unas islas de Entre Ríos, ubicadas frente a la ciudad bonaerense de Ramallo y que fueron quemadas en agosto, unos vecinos detectaron que el territorio empezó a ser fumigado y que actualmente está siendo usado para agricultura a gran escala, una actividad que en principio está prohibida en las islas y humedales del delta.
“Esto lo denunciamos el 16 de septiembre y hasta hoy no ha pasado nada. Mientras ven si los tenedores de la tierra están en regla o no, permiten que sigan avanzando con una agricultura intensiva con agroquímicos en humedales”, cuestiona.
Además del beneficio económico, habría un componente político. El presidente de Parques Nacionales, Daniel Somma, coincide con los diagnósticos previos de Morandeira y Spiaggi y, a partir de estos, plantea que “ya no se puede mantener una continuidad” con la manera en que se realizan las quemas tradicionales en el delta.
Sin embargo, Somma también habla de “una intencionalidad política en la reiteración de eventos de fuego frente a la ciudad de Rosario”. Él considera que las circunstancias en la que los fuegos aparecen no son azarosas y que, sumadas a la incertidumbre generada por la pandemia por la Covid-19, contribuyen a “generar malestar y una predisposición negativa” a causa del humo.
“Los fuegos ya no tienen que ver con manejo agropecuario. Es querer repetir el ‘efecto humo’ para afectar a la ciudad de Rosario. El sustento lógico puede ser generar malestar en la población de la segunda ciudad [más importante] del país”, acusa el funcionario.
El malestar de la ciudad
El 2 de agosto de 2020, el sitio web IQAir registró a Rosario como una de las ciudades con peor aire en el mundo. La ciudad santafesina, la más importante del territorio que alcanza el delta del Paraná, aparecía con un índice de calidad de aire de 152, catalogado como “dañino para la salud”. Todo esto, en medio de la pandemia causada por la Covid-19, un virus respiratorio.
Entre los meses de mayo y octubre, la población de Rosario se tuvo que acostumbrar al humo generado por las quemas. Si bien no era algo todos los días, podía ocurrir que un día la ciudad amaneciera asfixiada por el humo, con las consecuencias sanitarias que esto conlleva: irritación ocular y de garganta, así como problemas para respirar, dolor de cabeza, tos y fatiga.
Por estos motivos, distintas organizaciones civiles se organizaron para manifestarse en contra de las quemas en las islas. Una de las más importantes y que surgió en esta coyuntura específica fue la Multisectorial de Humedales. Cuenta su vocero Rodolfo Martínez que, el 11 de julio, alrededor de 150 personas se reunieron para protestar contra las quemas en el puente Rosario-Victoria. Al finalizar la manifestación, un grupo se reunió en asamblea y decidieron crear la Multisectorial. En ese momento, acordaron seguir manifestándose los siguientes fines de semana en el mismo lugar. El 8 de agosto, un mes después, habían convocado alrededor de 5,000 manifestantes, incluida gente de Victoria.
Ya constituidos, empezaron a desarrollar una serie de actividades, como formar equipos de voluntarios que ayuden a mitigar los incendios en las islas. Entre sus principales demandas, está la búsqueda de la aprobación de una ley que proteja los humedales del delta.
Finalmente, en lo que respecta a la justicia, un fiscal y un juez federal de Entre Ríos iniciaron una investigación sobre las quemas que buscará determinar si los dueños o tenedores de los territorios afectados propiciaron el fuego a sabiendas del impacto social, ecológico y sanitario. Al día de hoy, más de 50 personas, entre empresarios ganaderos y tenedores de tierras, han sido llamadas a declarar. De estos, conoce que hasta ahora solo siete están imputados por los presuntos delitos de “incendio u otro estrago y atentado contra la seguridad de naves y aeronaves”.
A casi tres meses del incendio, algunos árboles quemados permanecen en pie cerca de la casa de Fabián. El verde del terreno, sin embargo, ha reaparecido, así como los animales que habían sido expulsados por el fuego. Fabián sabe que la sequía continuará hasta el próximo año y será dura. También sabe que es inevitable que sigan apareciendo fuegos. “Seguro que hay intereses [detrás de los fuegos], pero es difícil hacer un juicio. Si el Estado estuviera presente, podríamos evitar esto y descubrir quiénes son los que están detrás de cada incendio”.