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Charrúa: el enclave energético de Chile que hace frente a la oscuridad
January 27, 2025 By Javier A. Cisterna Figueroa
Torres de alta tensión, vallas metálicas y letreros que advierten peligro dan la bienvenida a la localidad rural de Charrúa, ubicada casi 500 kilómetros al sur de Santiago, capital de Chile. Allí, cerca de mil familias dan vida a una comunidad que pese a alojar la subestación de transmisión eléctrica más importante del país, batalla cada invierno con la intermitencia del suministro de luz en hogares y con la oscuridad en las calles.
“La luz está cara, ese es nuestro principal problema”, comenta Olga Flores, presidenta de la Junta de Vecinos Nº 8 de Charrúa, mientras revisa el cuaderno de anotaciones donde deposita sus apuntes de dirigente. “Si bien ahora en verano la luz se corta menos, en invierno esto es un tema para nosotros”, agrega.
“Olguita”, como le llaman con cariño sus amigos, es una de las líderes más involucrada en esta lucha. Madre de dos hijos, abuela y bisabuela de nuevas generaciones que se han marchado a la ciudad, a sus 73 años combina el liderazgo comunitario con su trabajo formal. Desde hace 36 años es una de las encargadas de la cocina en la única escuela básica del sector, un lugar que, según dice, le permite observar con claridad la vida en Charrúa: un punto de partida para los más jóvenes y un refugio para quienes deciden echar raíces.
Las nuevas generaciones nacidas en Charrúa muestran una marcada tendencia a migrar, y no es por placer: la lejanía de la montaña los obliga a dejarla para completar su educación secundaria. Los adolescentes deben trasladarse a comunas aledañas, y al buscar empleo, la mayoría apuesta por la gran minería en el norte. Así, un pueblo que en el pasado fue parada obligatoria del ramal ferroviario en la zona sur de Chile, ha evolucionado en lo que Olga describe como “una comunidad de escasos recursos, predominantemente anciana”.
“La gente reclama, pero también se aburre de reclamar, a veces, no hay a quién echarle la culpa”, suma la histórica dirigente, apuntando veladamente sus dardos a las empresas ubicadas en la zona y al espíritu de resignación que muchas veces se impone entre los vecinos. En Charrúa, la disputa por la luz es un compromiso que, paradójicamente, abrazan quienes van de retirada.
La paradoja energética
Charrúa puede describirse como una localidad rural típica. El millar de familias que la habita se abastece del trabajo agrícola, los servicios y empleos formales en las afueras. La principal característica del pueblo radica en que en su interior se encuentran los pilares del sistema eléctrico nacional.
Empresas como Colbún, Transelec, Generadora Metropolitana, Inkia y Coelcha dominan el paisaje, operando en la generación, transmisión y distribución de energía. Estas compañías son responsables de alimentar a gran parte del país, lo que le ha valido al pueblo el calificativo de “interruptor de Chile”. Sin embargo, Charrúa no ha visto traducido su valor estratégico en calidad de vida.
Durante el último invierno, con temperaturas mínimas de cero grados, las familias soportaron hasta tres días sin electricidad. Por su lado, las compañías culparon a los vientos, la caída de árboles y el robo de cables para la reventa de cobre en el mercado negro, mientras la comunidad tuvo que echar mano a velas de parafina para hacer frente a la oscuridad.
La resistencia
Hace 10 años se registró la primera marcha en Charrúa contra las empresas. Fue una pequeña aglomeración de 20 personas reunidas bajo la consigna de expulsar a las firmas privadas y denunciar lo deficitario del servicio que prestaban. El pliego de demandas de aquel entonces es exactamente igual al de hoy: mejorar la iluminación, avanzar en políticas de urbanización y terminar con los cortes de luz.
“La luz es más cara que en ningún lado, y de mala calidad. Tenemos luz muy tenue, falla la luz, se corta constantemente acá en Charrúa, no nos avisan cuando va a haber cortes de luz, se han quemado muchos artefactos eléctricos de mucha gente. Como no nos han tomado nunca en cuenta, ya es hora de que pongamos punto final a este asunto”, dijo en julio de 2014 Julio Aillón, entonces representante vecinal.
Olga Flores narra que en 2015, un año después, asumió como dirigente y su primera medida fue golpear la puerta de las empresas. Literalmente, acompañada de su directiva, solicitó audiencias y se plantó en la sala de espera de las oficinas hasta ser atendida. Y lo logró.
Como fruto de esta gestión, más tarde se instaló una mesa asociativa público privada destinada a abordar la crítica situación de Charrúa. Al día de hoy, la instancia ha permitido iluminar accesos y otros sectores del pueblo. “Yo creo en el diálogo y en el respeto, y eso le propusimos a las empresas”, sostiene Flores, quien marca una diferencia con sus antecesores al apostar por la negociación antes de la confrontación.
Para María Victoria Toledo, presidenta del Centro de Padres de la escuela básica de Charrúa, las empresas son lo que usualmente se denomina como un “mal necesario”. “Podemos ver la mitad llena del vaso, las empresas han iluminado calles, nos han ayudado con proyectos, mucho, pero la luz sigue siendo extremadamente cara”. La boleta de electricidad de su hogar, un espacio que comparte con su hija de 11 años y su madre, alcanza en promedio los USD 40 mensuales, un valor estándar. Sin embargo, en noviembre del año pasado, debió pagar USD 140, sin mediar explicaciones, salvo la interpretación unilateral de consumo que realiza la empresa Coelcha.
El negocio de la luz
En Charrúa, como en el resto de Chile, el límite entre lo público y lo privado es difuso.
“Las empresas hoy son como vecinos, nos ayudan, nos escuchan. A veces son más rápidas que el mismo Estado para atender nuestros problemas. Lo público se demora, en cambio las empresas nos preguntan qué necesitamos”, ilustra Francisco Paredes, locutor de Radio Conexión, director de la Cuarta Compañía de Bomberos y uno de los personajes más reconocidos de la comunidad.
Esta relación ambivalente no es novedad en Chile, y se remonta a las políticas de privatización instaladas por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Durante su mandato, mientras se violaban sistemáticamente los Derechos Humanos, se impulsó un modelo que desplazó al Estado en la provisión de derechos sociales e instaló al mercado como agente predominante.
En el caso de la energía, la Empresa Nacional de Electricidad S.A. (Endesa), creada en 1943 con el objetivo de desarrollar y expandir la generación y distribución de electricidad en el país, fue desintegrada en un conjunto de compañías privadas. Entre ellas, dos que actualmente operan en las proximidades de Charrúa: Colbún, dedicada principalmente generación de energía a partir de centrales hidroeléctricas y térmicas, y Transelec, orientada a la transmisión y operadora de la subestación Charrúa.
Otras dos empresas que se insertan en el entramado energético de Charrúa llegaron las últimas décadas, durante gobiernos de centro izquierda que mantuvieron los cimientos del modelo económico y social de la dictadura. Se trata de Generadora Metropolitana, que instaló en 2009 la central termoeléctrica Santa Lidia, e Inkia, que ese mismo año levantó la central termoeléctrica Yungay.
Todas estas empresas se hacen parte de la mesa asociativa de Charrúa y, a la vez que combinan asistencialismo con negocio, han tenido que responder al contrasentido de generar y vender electricidad para el resto del país, mientras sus vecinos permanecían a oscuras o sumidos en la intermitencia.
Noelia Carrasco, doctora en Antropología Social y académica de la Universidad de Concepción, señala que la situación de Charrúa es una expresión clásica del neoliberalismo: las empresas cultivan una relación que, producto de las múltiples grietas del sistema, las vuelve insustituibles. “Las empresas están en la lógica de la productividad y las comunidades en la supervivencia. Lo que observamos aquí es lo que alguna vez se llamó prácticas de buena vecindad y que luego se denominó responsabilidad social empresarial. En el fondo es capitalismo estratégico”.
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Desde el salón de la casa que comparte con su hijo mayor, el único que ha permanecido con ella en el pueblo, Olga Flores afirma que Charrúa es un lugar hermoso, su verdadero hogar. Sin embargo, reconoce estar cansada. Ha decidido que este será su último período como representante principal de los vecinos.
About Javier A. Cisterna Figueroa
Journalist, MA in Politics and Government, and a diploma holder in Political Communication. A member of the fifth generation of the LATAM Network of Young Journalists, Cisterna has worked as an editor and host of political and social programs in Biobío, Chile. Dedicated to strategic communication, he also collaborates with Germany’s Development and Cooperation (D+C/E+Z) magazine. In 2020, he won the “Pobre el que no cambia de mirada” award for Best Editorial Contribution with his article “Hunger in Chile: The Pandemic’s Returning Specter.”
Periodista, máster en Política y Gobierno y diplomado en Comunicación Política. Integrante de la quinta generación de la Red LATAM de Jóvenes Periodistas. A lo largo de su carrera, ha trabajado como editor y ha escrito y conducido programas sobre temas políticos y sociales en medios del Biobío, Chile. Dedicado a la comunicación estratégica, también colabora con el magazine alemán Development and Cooperation (D+C/E+Z). En 2020, recibió el premio “Pobre el que no cambia de mirada” en la categoría de Mejor Aporte Editorial por el artículo “Hambre en Chile: el fantasma que la pandemia trajo de regreso”.